'Un lugar para nadie', de Álex Chico


El pasado martes 19 de marzo, Álex Chico presentó su último libro en La Central del Raval, Un lugar para nadie. Eduardo Moga introdujo al autor y luego analizó los aspectos centrales del poemario.

Álex dijo que este era el mejor libro que podría haber escrito en este momento; y esa es la sensación que se tiene después de haberlo leído un par de veces: es una colección de poemas sólida, coherente, fluida. El estilo es maduro en cuanto a que los versos no titubean desde el primero al último, y los poemas se despliegan con claridad y concisión. Eso favorece que se lean de una manera equivalente, es decir, con entrega y dedicación. Aquí, el verso libre no se reduce a la llamada 'prosa recortada'. La emoción estética se mantiene y se transmite con acierto al final de cada verso, sin recursos de impacto o sorpresa.
El lector disfruta de cada poema como de un estado de nostalgia serena por algo que no ha vivido. Los poemas son curiosamente precisos en cuanto a detalles de la vida de Álex (o del personaje de Álex en el libro), pero eso, gracias al convencimiento y a la franqueza con que se describen, acercan en lugar de alejar. Y no tanto, me parece, por 'lo común de la experiencia humana', sino por la vocación expresiva de los poemas: se limitan a mostrar lugares como si fueran ventanas. Uno se para a mirar a través sin la urgencia de captar un mensaje, una comunicación social o personal, la haya o no.
Como decía, el tono es decididamente unitario. Los temas son recurrentes. El desplazamiento y la nostalgia como la forma más corriente de memoria son los principales (y están, por cierto, recogidos en el 'lugar' y el 'nadie' del título). En el camino que propone el libro, un viaje de vacaciones es igual a una mudanza de ciudad, y la lectura de un libro es igual al recorrido del bus que te llevaba al colegio: todo son formas de pérdida, de dejar atrás. El vacío de una isla italiana es contundente, no acogedor; el barrio de la infancia es un tránsito imparable, no un refugio. Se puede deducir que la visión global de los poemas es pesimista y resignada, pero no gratuita. No hay tragedias ni un gusto maldito por el sufrimiento: los hechos constatan que una gran parte de la vida es abandono, palabra, por cierto, que aparece con insistencia a lo largo del poemario.
El título del libro es certero: apenas hay personas en estos poemas. Hay un personaje principal que es, sobre todo, un inquilino de estancias que él ve vacías. Por eso, los numerosos lugares de los poemas acaban por ser el poema mismo: un lugar vacío de personas pero lleno de espacio, casi de libertad.
Me gustaría destacar los siguientes poemas: Quai Lices Berthelot, Un hombre, Lejana, Cae la tarde, La parada del autobús, Víspera de ayer y El lugar de la escritura.


CAE LA TARDE


Esta luz ilumina una isla.
Un paisaje abandonado irrumpe
en la habitación.
Los últimos momentos de la tarde
construyen un presente aproximado.
Imágenes aleatorias que se superponen
y reaparecen, otra vez, a intervalos.

Los rayos, a lo lejos, se hacen tenues.
Confío en que lleguen a esa isla
y sirvan como faro en la noche que la sigue.
Observo el resto de la habitación
y me descubro solo,
como esos rincones que ya están en sombra.
Marco una línea en la pared, siguiendo
los trazos de luz que entran
en este cuarto a oscuras.

Escribo en una esquina:
afortunado quien tiene un final,
porque algo, al menos,
ha comenzado en su vida.

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